Educar a un niño es un camino complejo, un desafío desde varios puntos de vista, entre los que se incluye la gestión de las emociones. Y justamente, en el proceso de trasladar recursos que ayuden a los hijos a desarrollar su autonomía emocional, con frecuencia se plantean retos particularmente exigentes. Veremos aquí los más importantes.
El desarrollo de ciertas habilidades en este plano es una de las tareas que, generalmente, los padres tienen muy presente en el recorrido que supone la crianza. Y en ese camino, otra de las cuestiones fundamentales que se deben considerar es que la independencia de un ser humano —tanto la física como la que concierne a las emociones— se construye. Y requiere aprendizajes que precisan tiempo y acompañamiento.
La personalidad, concepto básico en la psicología, suele describirse como el resultado del temperamento (innato), los hábitos aprendidos y los comportamientos adquiridos. La autonomía está muy asociada a estos elementos vitales.
Una personalidad independiente y autónoma en términos emocionales nace de la seguridad y de la confianza en uno mismo. Cultivar estas capacidades desde la primera infancia es clave para que la persona se sienta segura, cada vez más y a lo largo de su vida, para tomar decisiones y conectar con lo que está viviendo en su interior.
Es importante tener en cuenta que ciertos patrones y automatismos de los adultos pueden ser trasladados a los menores. Esto supone contribuir a promover esquemas de dependencia poco deseables, sobre todo cuando se observa la expresión de esos patrones en el transcurso de la vida.
Cómo saber si potenciamos la autonomía o la dependencia
Es posible que, de manera inconsciente, debido a falta de recursos emocionales y a la misma crianza recibida, algunos adultos fomenten cierto nivel de dependencia, en este plano, en los niños.
Generalmente, se trata de adultos poco habituados a comunicar sus sentimientos. Además, es posible que, en ciertos casos, actúen considerando únicamente sus necesidades y utilicen el control y la coerción para asegurarse de que son las fuerzas dominantes en la vida de sus hijos. Es decir, que las decisiones de los pequeños se basan más en la obediencia que en la conexión con sus propios deseos.
Los niños que han crecido bajo este esquema de desconexión habitualmente dependen de otras personas para saber cómo se sienten consigo mismos. Les cuesta decidir, nombrar sus emociones, incluso, se bloquean cuando se habla de estos temas. Y esto se prolonga en su vida adulta.
La autonomía se fomenta a través de acciones que ayudan al menor a conectarse consigo mismo, a hacerse preguntas y a referirse de manera natural a los sentimientos que se despiertan en distintos contextos y situaciones, sean agradables o no.
Saber qué se siente, nombrarlo, aceptarlo y transitarlo son pasos fundamentales hacia esa independencia tan deseada por los padres para sus hijos.
Algunas claves para potenciar la autonomía emocional
Promover la autonomía emocional, la autoconexión y el poder personal desde la infancia es posible. He aquí algunos recursos prácticos que podrían ayudar:
- 1. Expresar siempre amor y aceptación. Consolidar un vínculo de apego sólido promueve el desarrollo de una personalidad más segura e independiente.
- 2. Confiar en el niño. Tenemos que tomar al menor como un ser humano completo con una gran capacidad de aprendizaje.
- 3. Poner nombre a las emociones. Es preciso nombrarlas y aceptarlas, todas ellas, como parte de la naturaleza humana. Evitar juicios o calificativos de ‘buenas o malas’.
- 4. Acompañar en momentos de desbordamiento. Me refiero, particularmente, a los sentimientos más intensos: la ira, el miedo y la incertidumbre. Los niños son especialmente sensibles a estas situaciones y necesitan del apoyo de los adultos de referencia para sobrellevarlas. Somos quienes debemos ayudarles a modelar conductas resilientes ante circunstancias que les despierten estas sensaciones.
- 5. Darles la oportunidad de tomar decisiones. Es importante otorgarles capacidad de elección, pero siempre en función de la edad que tengan.
- 6. Escuchar (y pedir) su opinión. Este punto está enlazado con el anterior y alude a solicitar su parecer en aquellos asuntos que los impliquen directamente, también teniendo en cuenta su edad.
- 7. Ayudar a que se sientan valorados y competentes. Está bien recurrir al aliento, pero conviene eludir los halagos vacíos.
- 8. Evitar los incentivos en forma de premios o castigos. Estos métodos promueven lo que en psicología se conoce como ‘locus de control externo’, es decir, cuando la persona percibe que las cosas suceden a consecuencia del azar, el destino o derivadas del poder o las decisiones de otros.
- 9. Demostrar empatía. Tienen que saber que tratamos de comprenderles y de ponernos en su lugar, para lo que es fundamental emplear habilidades de escucha activa.
- 10. Establecer límites cuando sea necesario. Por supuesto, se deben dejar claros los límites, pero de manera respetuosa. Han de ser pocos, claros y firmes. Esto aporta seguridad al niño y le muestra el contexto de su convivencia con otras personas. También le permitirá aprender acerca de sus propios límites, cuándo establecerlos y de qué manera.
- 11. No hagas por ellos cosas que pueden hacer por sí mismos. En la primera infancia, la autonomía física va muy conectada con la emocional. Mientras más capaces se sientan de hacer cosas por sí mismos, más saludable se irá desarrollando su autoestima. Esta, a su vez, resulta indispensable para permitirse expresar intereses y proponerse objetivos de manera espontánea (sin depender de la valoración externa).
¿Cómo se expresa una persona con una saludable autonomía emocional?
Si es adquirida en la niñez, puede expresarse en la vida adulta de una persona de diversas formas, entre ellas:
- Más seguridad y confianza en sí misma, en sus decisiones.
- Es capaz de detectar cuándo están siendo vulnerados sus límites individuales, establecerlos y hacerlos respetar.
- Puede expresar sus emociones de una manera clara y asertiva, las conoce y conecta con ellas sin culpa ni juicios.
Por supuesto, esta aproximación se aplica por igual a niñas y niños. Educar en igualdad es nuestro compromiso y responsabilidad, tanto a nivel práctico como emocional. Las claves propuestas en este artículo pueden ser útiles como referencia y punto de partida.
Este artículo fue publicado antes en el suplemento Sapos y Princesas del diario español El Mundo
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